Palabra:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina. (Hebreos 12:5-6)
La Biblia dice que cuando el Señor nos disciplina, lo hace por amor. Pero hay quienes tienen problemas para entender esto. Piensan así: Si el amor de Dios es verdaderamente incondicional, ¿por qué deja que yo sufra por mi pecado?
Primero, es importante comprender qué es, realmente, su disciplina. No es ni castigo ni una forma de “pagar” por nuestras malas acciones, sino un método de corrección. Cuando nuestro Padre celestial la utiliza en nuestra vida, el propósito es traernos de vuelta al centro de su voluntad y evitar que suframos en el futuro o causemos daños a otras personas. Por tanto, la corrección de Dios es un profundo acto de amor.
Usted no demuestra amor si no aplica la disciplina (Pr 13.24); de hecho, está preparando a sus hijos para que cosechen resultados desastrosos y dolorosos por su mal comportamiento y su desobediencia (19.18). Un buen padre disciplina a sus hijos para: (1) evitar que crezca su rebeldía que podría perjudicarlos a ellos mismos y a otros; y (2) para que vuelvan a estar bien.
Pero hay padres que disciplinan no por amor, sino por ira. Pueden pensar que es aconsejable que los hijos le teman al castigo, pero esa no es la razón que Dios tiene (1 Jn 4.18). Por ser Él un Padre misericordioso, su deseo es darnos lo que necesitamos para tener una vida a plenitud.
El amor incondicional de Dios y su disciplina no son contradictorios, sino que van de la mano. A pesar de nuestro pecado, Él está obrando para traernos de vuelta a la senda de la vida. Cuando respondemos favorablemente a su corrección, Él utiliza nuestras circunstancias para nuestro bien.
Oración:
Señor, ayúdame a comprender el principio por el cual disciplinas a Tus hijos. Que Tu correción paternal y bondadosa llegue siempre a tiempo a mi vida, para devolverme nuevamente a Tus buenos caminos.