Palabra:
Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Timoteo 4:6-8)
El apóstol Pablo fue encarcelado por segunda vez en la ciudad de Roma. Estaba en un calabozo insalubre, de donde salían leprosos o al martirio. El viejo apóstol sabía que su tiempo había llegado. Los cristianos habían sido perseguidos implacablemente desde que Nerón, en el 64 d.C., les echó la culpa del incendio de Roma. Como Pablo era el líder de la Iglesia Cristiana, fue arrestado como un malhechor. Fue una época muy difícil, ya que junto con la persecución creció la apostasía y el abandono masivo de los creyentes.
En este contexto de extrema angustia, Pablo escribe a Timoteo y le da su testimonio, diciendo que su vida no fue una de comodidades, sino un combate cuerpo a cuerpo. Pablo no dejó el trabajo en medio del camino ni se retiró ante las dificultades. Pablo no vendió su conciencia ni se entregó a la facilidad de la conveniencia, sino que mantuvo la fe. No basta con empezar bien, hay que terminar bien. No basta con tener una carrera brillante y luego fracasar al final de la misma.
Muchos cristianos que comenzaron bien la carrera cristiana, pero fascinados por el mundo y seducidos por los placeres, dejaron la buena lucha, no completaron la carrera y perdieron la fe. Otros, escandalizados por las luchas, se hundieron en la fe y se perdieron en las nieblas del relativismo moral.
Continuar la carrera y culminarla es una decisión personal. Tómala hoy, Dios te espera con los brazos abiertos.
Oración:
Señor, que no quede yo en el medio de la carrera, sino que guiado de Tu mano pueda completarla y ser digno de reclamar Tus grandiosas promesas. Amén