Una mujer confesó a una amiga su confusión y duda acerca de la toma de una decisión importante. Ella profesaba creer en Dios pero no asimilaba que el apoyarse en su fe, le ayudaría a elegir su camino.
“¿Cómo sé que estoy haciendo lo correcto?”, preguntaba. “¿Cómo puedo creer que mi decisión será la precisa si ni siquiera veo la mañana?”
Su amiga reflexionó y por último le dijo: “Así es como lo veo. Imagínate que conduces en bajada por una carretera oscura de campo y no hay luces que te provean noción alguna de tu ubicación. Es un poco espeluznante. No obstante, confías en tus luces delanteras. Ahora, éstas sólo te permiten visualizar diez metros del camino frente a ti y eso te es suficiente para ver por dónde te diriges. Y mientras viajas por esa senda de apenas diez metros, los focos delanteros te muestran otros diez metros más, hasta que por fin alcanzas tu destino sano y salvo”.
Comparable a ello es vivir por fe. No somos capaces de ver el mañana, la semana próxima o el año por venir, pero sabemos que Dios nos proporcionará la luz para encontrar el camino, cada vez que necesitemos de ello. Cuando estés al borde de toda luz, y a punto de dar un paso en falso hacia las sombras de lo desconocido, tener fe es saber que ocurrirán una de dos cosas: Encontraremos algo sólido donde sostenernos, o aprenderemos a volar.
Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino. (Salmo 119:105)