Margaret Wise Brown es conocida por sus sencillos, y a la vez profundos, libros para niños. Uno de mis preferidos es The Runaway Bunny [El conejito que se quería escapar]. Es acerca de un conejito que le dice a su mamá que ha decidido escapar.
«Si te escapas –dijo la madre– yo correré tras de ti porque tú eres mi conejito.» Y luego sigue diciéndole que si él se convierte en pez y se mete en un arroyo, ella se convertirá en pescadora y lo pescará. Si él se convierte en niño, ella se convertirá en mamá humana y lo atrapará y lo abrazará. Haga lo que haga el conejito, su madre, obstinadamente persistente y siempre tras de él, no desistirá ni se irá.
«¡Caramba! –dice al fin el conejito– más vale que me quede donde estoy y sea tu conejito.» «Cómete una zanahoria» –dice entonces la madre.
Esta historia me recuerda las palabras de David en el Salmo 139:7-10: «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba Y habitare en el extremo del mar, Aun allí me guiará tu mano, Y me asirá tu diestra.»
Demos gracias a Dios por su implacable amor por nosotros: siempre buscando, siempre presente, y siempre guiando.