Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (Lucas 24:44-49)
Que gran maestro era Jesús. En el versículo de hoy podemos casi escuchar, como presentes en ese momento, la protectora calma de su voz e imaginarnos como sus discípulos lo observaban sentado, enseñando de manera sencilla, casi paternal y despreocupada.
Hablaba sobre la comprensión de las escrituras, luego sobre el sufrimiento , la resurrección y el perdón. Parecía estar dando un mensaje de último minuto, o las instrucciones finales a seguir, justo como el padre que aconseja a su hijo desde la puerta de la casa al verlo partir.
Al final termina sus palabras con una poderosa promesa: “yo enviaré la promesa de mi Padre … pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto..”
El mensaje de Jesús es claro: no importa lo que pase espera por el Señor. Pudiera parecer que todo está perdido, pero incluso en ese momento no estarás solo. Ten fe y ora, pide, toca y llama que Dios te responderá y mediante su espíritu te guiará a hacia el camino necesario conforme a su propósito para tí.
Recuerda, el Espíritu Santo es una promesa de nuestro Señor y es la gran muestra de su amor y misericordia para todos aquellos que le buscan y le siguen: «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 5:5)
Palabra diaria: Señor cuando no encuentro dirección y mi mirada apunta hacia el suelo, te posas sobre mi calmo y paternal. Me ayudas a esperar con fe, sabiendo que aunque en el mundo parezco solo, tu estas a mi lado. Gracias por permitirme convertir mi cuerpo en templo de tu espíritu.