Vivimos en una época en la que, a todos los efectos, parece que los malvados prosperan abundantemente, mientras que las oraciones de los piadosos parecen elevarse a un cielo de acero y a un cielo cerrado. Sin embargo, tenemos la seguridad de nuestro Señor de que los sufrimientos de esta vida presente no pueden compararse con la gloria que se nos va a revelar, porque tenemos una esperanza bendita que está anclada en Cristo y una herencia que nos está asegurada en el cielo.
Acerquémonos a Dios, aferrándonos a su perspectiva eterna y confiando de todo corazón en su amor indefectible. No permitamos que las circunstancias que nos rodean y los aparentes éxitos de los impíos nos hagan dudar de la bondad de Dios. Más bien, declaremos las maravillosas obras de Aquel que nos ha salvado por gracia a través de la fe en Cristo, nos ha adoptado en Su propia familia, y nos ha cubierto con el manto real de justicia de Cristo.
Orando los Salmos:
Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. (Salmos 73:26)
Padre Celestial, gracias por este recordatorio en los Salmos, que los hombres malvados están en una pendiente resbaladiza hacia la destrucción, a menos que se conviertan de sus malos caminos y confíen en Ti para la salvación. Gracias, Señor, por tu bondad y gracia inagotables hacia mí. Que me acerque cada vez más a Ti y declare las maravillosas obras que realizas en la tierra de los vivos, sabiendo que mis tiempos están en Tus manos y mi futuro está asegurado en tus promesas eternas. En el nombre de Jesús, AMÉN.