El rico se enseñorea de los pobres, Y el que toma prestado es siervo del que presta. (Proverbios 22:7)
La deuda personal se ha disparado en nuestra cultura occidental. El crédito fácil, el deseo de bienes materiales, y la falta de voluntad para ahorrar. La Biblia no prohíbe el préstamo, pero nos advierte claramente sus consecuencias. El versículo de hoy describe al prestatario como el esclavo del prestamista.
Cada cantidad que usted pide prestado le cuesta cierta medida de libertad. Y cuando se acumulen los intereses, la carga financiera puede requerir más horas de trabajo. Para el cristiano, tener que pagar deudas obstaculiza a menudo su capacidad de dar a la obra del Señor, o de ayudar a las personas necesitadas. En vez de tener la primera parte, Dios recibe las sobras, o no recibe nada en absoluto.
Las consecuencias de acumular deudas van más allá de la cuestión monetaria. La carga de más y más facturas por pagar crea estrés. Los problemas económicos son una de las principales causas de divorcio. Incluso nuestra relación con el Señor se ve afectada cuando dejamos que nuestro apetito por las cosas del mundo sea mayor que nuestra obediencia a los preceptos bíblicos. Aunque Dios promete suplir nuestras necesidades, con mucha frecuencia nos adelantamos a Él, y solo proveemos para nosotros mismos con “planes de pago fáciles”.
La próxima vez que usted sienta la tentación de comprar a crédito una cosa que no necesite realmente, ¡deténgase! Váyase a su casa, y pregunte al Señor si Él quiere que usted la tenga. Si es así, pídale que se la dé, y después espere. La verdadera libertad la consiguen quienes confían en las promesas del Señor, en vez de sus tarjetas de crédito.
Palabra diaria: Señor, abre mis ojos cuando me deje llevar por algún bien material, para reaccionar y mirar mas bien, hacia la verdadera libertad que obtienen, todos aquellos que confían en Tus maravillosas promesas.