El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos (Proverbios 14:30).
Cuando reconocemos cuán unicos Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros, con habilidades y dones diferentes, con personalidades que contrastan y complementan, entendemos que Compararnos con los demás es una receta infalible para la infelicidad. Cuando los discípulos se compararon entre sí (ver Lucas 9:46; 22:24), Jesús los detuvo de inmediato. Poco después de resucitar, le dijo a Pedro que sufriría por su fe. Entonces, Pedro miró a Juan y preguntó: «Señor, ¿y qué de éste?». Y Jesús respondió: «Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú» (Juan 21:21-22).
Jesús le indicó a Pedro el mejor remedio para las comparaciones malsanas. Cuando nuestra mente se centra en Dios y todo lo que Él ha hecho por nosotros, el egocentrismo desaparece y anhelamos seguir al Señor. En lugar del estrés competitivo del mundo, Él nos asegura su compañía y nos da paz. Nada puede compararse con Cristo.