(Lee al final el estudio un devocional de Salmos 97. Esperamos sea de bendición para ti)
Salmo 97 – El Señor Reina Sobre Todo
Como muchos otros, el Salmo 97 no incluye ningún título que identifique a su autor o las circunstancias en que fue compuesto. Charles Spurgeon, uno de los más respetados comentaristas de los Salmos, dio interesantes razones para tratar los Salmos 95 a 100 como una serie. Vio en estos Salmos mensajes mesiánicos que subrayan diversas características del gobierno de Cristo, y encontró apoyo en citas del Nuevo Testamento, especialmente en el libro de Hebreos. Como el carácter de Dios es inmutable (Malaquías 3:6; Hebreos 13:8), las descripciones de sus características se aplican por igual en la alabanza de Israel en el Antiguo Testamento y en el culto que se rinde hoy.
Observamos que el Salmo 96 fue uno de los himnos utilizados en la inauguración del culto de Israel en Jerusalén durante el reinado de David. Es posible que los demás que se incluyeron juntos en el arreglo del libro (sobre todo los citados del 95 al 100) fueran entregados al mismo tiempo a los levitas que dirigían la alabanza pública. Sin duda, son Salmos dignos de nuestro estudio y meditación, porque elevan nuestros pensamientos y exaltan al único Dios verdadero, el Creador del universo. Con este fin, reflexionamos sobre las palabras del Salmo 97.
«Jehová reina; regocíjese la tierra, Alégrense las muchas costas. 2 Nubes y oscuridad alrededor de él; Justicia y juicio son el cimiento de su trono.» (versículos 1 y 2). Cuando consideramos las obras de los hombres, ya sean conflictos armados, agitación política o abusos sociales y medioambientales, vemos graves defectos en la administración de las cosas de este mundo. Dios ha dado a los hombres la autoridad de utilizar los recursos naturales y de gobernar para mantener el orden entre las personas, ¡pero nunca ha abandonado su trono! Este Salmo hace hincapié en la justicia de Dios, recordándonos que, al final del día, el Creador sigue gobernando y juzgará con perfecta justicia. El que está entronizado sobre las nubes hará justicia, porque su naturaleza es justa.
«Fuego irá delante de él, Y abrasará a sus enemigos alrededor. Sus relámpagos alumbraron el mundo; La tierra vio y se estremeció. Los montes se derritieron como cera delante de Jehová, Delante del Señor de toda la tierra.» (versículos 3 a 5). Cuando Dios actúa para castigar a sus enemigos, su poder es superior a cualquier fuerza de la naturaleza. ¡Su justicia se compara con el fuego, los relámpagos y los terremotos que derriten montañas! ¡Imagina la precaria situación del hombre que se opone a su Creador!
«Los cielos anunciaron su justicia, Y todos los pueblos vieron su gloria.» (versículo 6). Introduciendo el concepto del dominio universal del Dios de Israel, el salmista describe su juicio en estos términos. No hay lugar fuera del alcance de la justicia divina. El que creó los cielos y la tierra juzga de un extremo a otro del universo. No ejerce su autoridad sólo sobre los israelitas, sino sobre todos los pueblos.
«Avergüéncense todos los que sirven a las imágenes de talla, Los que se glorían en los ídolos. Póstrense a él todos los dioses. Oyó Sion, y se alegró; Y las hijas de Judá, Oh Jehová, se gozaron por tus juicios. Porque tú, Jehová, eres excel» (versículos 7 a 9). La implicación natural de la doctrina bíblica monoteísta es la condena de toda forma de idolatría. Los adoradores de dioses esculpidos por la mano del hombre pierden el tiempo y, lo que es peor, afrentan al Dios verdadero que los creó. El Dios de Israel no es uno de tantos, sino el único. Exige la devoción exclusiva de sus criaturas. Los verdaderos adoradores de Sión (la sede de la religión de los judíos en Jerusalén) rechazan a los dioses falsos y honran al Altísimo.
«Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; Él guarda las almas de sus santos; De mano de los impíos los libra. Luz está sembrada para el justo, Y alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, en Jehová, Y alabad la memoria de su santidad.» (versículos 10 a 12). En contraste con el juicio que desciende de las nubes oscuras en forma de relámpagos y terremotos, la luz del Señor brilla sobre los justos, dándoles motivo para celebrar su alegría en alabanza a Dios.
Para Israel y todos los demás pueblos del mundo, Dios está entronizado sobre el fundamento de la justicia y el juicio. Merece la reverencia y la adoración de todas sus criaturas.
Devocional:
Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; Él guarda las almas de sus santos; De mano de los impíos los libra. (Salmos 97:10)
Tenemos buenas razones para odiar el mal. Cuánto daño y ruina ha traído el mal al hombre y cuánto sufrimiento el pecado arraigó en nuestro corazón. El mal nos cegó, para que no pudieramos ver la belleza del Salvador. El mal tapó nuestros oídos, para que no pudieras oír las amables invitaciones del Redentor. El pecado puso nuestros pies en caminos de perdición y vertió veneno en el alma, la fuente misma de nuestro ser. Contaminó nuestro corazón, haciéndolo engañoso… más que todas las cosas, y desesperadamente corrupto. (Jeremías 17:9).
El hombre en su lucha con el pecado y su derrota ante el se ha hecho una pequeña criatura indefensa contra el enemigo, un heredero de la ira y de los malos sentimientos, sin posibilidad del combate que sólo puede brindar la gracia divina. Asi es el hombre que camina alejado del Señor, débil y sometido por el mundo del enemigo.
Sin embargo, hay una esperanza y es aquella que el gran apóstol Pablo nos recuerda: Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1 Corintios 6:11)
Tenemos buenas razones para odiar el mal si miramos atrás y rastreamos todos sus logros mortales. Nuestras almas se habrían perdido si el amor del Todopoderoso no hubiera intervenido y nos hubiera redimido. El mal es un enemigo que actúa ahora mismo, siempre al acecho para causarnos daño y arrastrarnos a la perdición. Así pues, creyente, odia el mal, a menos que desees la aflicción.
Si quieres tener el camino cubierto de espinas entonces descuida el odio al mal; pero si deseas tener una vida feliz entonces camina por todos los caminos de la santidad, odiando el mal, incluso hasta la muerte. Si realmente amas a tu Salvador y quieres honrarle, odia el mal. No conocemos otra cura para un cristiano que ama el mal que la comunión abundante con el Señor Jesús. Si pasas suficiente tiempo con Jesús, no podrás estar en paz con el pecado.
Oración:
Padre celestial, Tú eres el Señor, exaltado sobre todas las cosas. Tu justicia brilla, iluminando nuestro camino y guiándonos en la verdad. Enséñanos a odiar el mal y a aferrarnos a lo que es bueno. Concédenos discernimiento para tomar decisiones sabias, y la fuerza para resistir la tentación. Que nuestras vidas sean un testimonio de Tu santidad y Tu gracia. Ayúdanos a caminar en la rectitud y a encontrar la alegría de honrar Tu nombre. Te lo pedimos en el poderoso nombre de Jesús. Amén.