(Lee al final el estudio un devocional de Salmos 146. Esperamos sea de bendición para ti)
Salmo 146: Confianza en la ayuda eterna y la soberanía de Dios
El Salmo 146 es un salmo de alabanza y confianza en la fidelidad y soberanía de Dios. Sirve de recordatorio para que los creyentes depositen su confianza en Dios y no en el hombre ni poderes o medios terrenales. Exploremos los temas y mensajes clave de este salmo.
El salmo comienza con una llamada a alabar al Señor. Hace hincapié en el acto de alabar a Dios mientras se viva, indicando el compromiso duradero con la adoración y la exaltación. El salmista se anima a sí mismo y a los demás a cantar alabanzas al Señor, destacando la importancia de la adoración y el agradecimiento sinceros al amor que Él cada día provee, sin condiciones.
En los versículos 3 a 4, el salmista aborda la futilidad de confiar en la fuerza humana y en los poderes terrenales. El salmista insta a no poner la confianza en príncipes u hombres mortales que no pueden salvar el alma. Son meros mortales cuyos planes y poder son limitados, ante la grandeza del creador. El salmista contrasta la naturaleza transitoria de la existencia humana con la naturaleza eterna e inmutable de Dios.
Los versículos 5 a 9 se centran en la perfecta fidelidad y soberanía de Dios. El salmista declara que bienaventurada la persona cuya ayuda es el Dios de Jacob, el Creador del cielo y de la tierra. El salmista describe al Señor como el que mantiene la justicia, muestra amor a los oprimidos y proporciona alimento a los hambrientos, a la vez que por estas características lo representa como compasivo y bondadoso, que extiende Su cuidado a los marginados y a los vulnerables.
El salmista celebra la soberanía de Dios, destacando Su autoridad sobre la creación y Su reinado eterno, afirmando que su Señorío es por los siglos de los siglos y de generación en generación. Este énfasis en la preponderancia eterna del Todopoderoso brinda seguridad y esperanza a los creyentes, que pueden encontrar seguridad y refugio en Él. El salmista nuevamente contrasta la firmeza de la soberanía de Dios con la fugacidad de la existencia humana.
En los versículos 7 a 9, el salmista describe las formas en que Dios interviene en la vida de Su pueblo: libera a los prisioneros, devuelve la vista a los ciegos, levanta a los que están postrados y ama a los justos. El salmista retrata al Señor como un Padre compasivo y bondadoso que vela por Sus hijos y satisface sus necesidades, pues es Él, fiel a Sus promesas y siempre actúa de acuerdo con Su carácter bondadoso, pero también justo.
El salmo concluye en el versículo 10 con una llamada a alabar eternamente al Señor. El salmista expresa la esperanza de que el reinado de Dios perdure a través de todas las generaciones. Sirve de recordatorio para poner nuestra confianza sólo en Dios, pues Él es quien es fiel, justo y soberano.
En resumen, el Salmo 146 es un salmo de alabanza y confianza en la fidelidad y soberanía de Dios. Recuerda a los creyentes que deben depositar su confianza sólo en Dios, pues los seres humanos y los poderes terrenales son limitados. El salmo hace hincapié en la inquebrantable fidelidad de Dios, en Su compasivo cuidado de los vulnerables y en Su reinado eterno. Llama a los creyentes a alabar y adorar a Dios, reconociendo Su capacidad para cumplir Sus promesas y proveer a Su pueblo.
Devocional:
Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, Cuya esperanza está en Jehová su Dios, El cual hizo los cielos y la tierra, El mar, y todo lo que en ellos hay. (Salmos 145:5-6)
En la naturaleza están las huellas dactilares del Creador, una declaración constante de Su poder y Su amor. En el cielo, la tierra y el mar podemos ver en la diversidad y complejidad de los seres animados e inanimados, en su composición y en el perfecto funcionamiento de cada organismo vivo, la clara evidencia de su Arquitecto y Constructor.
El Salmo que inicia una secuencia de Salmos «¡Aleluya!» (vv. 1, 10) introduce el principio que ha estado activo desde la fundación del mundo: la falibilidad humana y la fidelidad del Creador. Como último de la tríada de patriarcas, Jacob fue sometido a duras pruebas. Fugitivo de su hogar, esclavo de la culpa y fatigado por años de trabajo agotador, sintió en su propia experiencia la advertencia del salmista: «No confiéis en los príncipes, Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación» (v. 3). Pero Dios reveló Su fidelidad a Abraham, Su siervo, y tendió ante Jacob la escalera del perdón y la salvación (Gn.28:12), y esta escalera es Cristo (Jn.1:51).
El Señor demostró que no sólo era el Dios de Abraham e Isaac, sino también el Dios de Jacob. El tercer patriarca, sin embargo, tuvo que sufrir los resultados del engaño y ser forjado en el molde del cielo. Al regresar a su patria, la culpa y el miedo afloraron con una fuerza abrumadora. Pronto tendría que enfrentarse cara a cara con Esaú, lo que le causaba un terrible pavor. Pero fue en la noche más oscura de su vida, cuando más le afligían su indignidad y su debilidad, cuando Cristo Jesús salió a su encuentro. Pero Jacob estaba tan aturdido por su percepción interior que comprendió que Aquel que había venido en su favor era un enemigo.
Jacob aprendió a amarle y a conocerle por las malas. Pero fue en su lucha más intensa contra el dolor cuando se dio cuenta de que estaba luchando con Dios, su única oportunidad de curación y liberación. Cojo de un muslo, pero completamente en paz, la bendición que recibió le convirtió en príncipe de Dios y heredero de una recompensa eterna. ¿Tienes «al Dios de Jacob por socorro» (v. 5)? Entonces eres verdaderamente feliz. Porque la felicidad como don divino no puede compararse con la oferta mundana de una felicidad falsa y temporal. La felicidad divina puede resumirse en la afirmación del apóstol Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal.2:20).
Cristo en tu vida, ésa es la verdadera felicidad. Alaba al Señor todos los días y alábale aún más cada sábado. Adora «al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de agua» (Ap 14,7). «¡Aleluya!» (v.10). ¡Velemos y oremos!
¡Feliz día, amados del Creador!
Oración:
Señor, sobre Ti reposa todo el poder y toda la gloria. Fortalece en mi un carácter humilde para obedecerte, manso para alabarte y agradecido para apreciar cada día la grandeza de Tus maravillas y las bendiciones que pones en mi vida en todo momento. Gracias Padre. En El Nombre de Jesús, Amén.