«Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:6-7)
El ser humano posee una intuición natural que lo lleva a juzgar por las apariencias, por rasgos cuantificables. Cuando conocemos a alguna persona, lo más probable es que por tal intuición tengamos la iniciativa de formarnos una opinión de ella basados en como lucen o cuál es su nacionalidad, raza, religión o nivel económico. Sin embargo se ha comprobado que el 60% de las veces nuestra intuición resulta errada en juzgar las características de una persona y su valor, por cómo se nos presenta.
El Señor mediante su palabra y la profunda sabiduría que en ella expresa nos invita a pensar diferente: ¿Por qué no percibir el corazón antes que mirar lo que hay delante de nosotros? en el primer libro de Samuel, este profeta fue enviado a la casa de Isaí para que ungiera a uno de sus hijos como futuro rey de Israel. Al llegar se dejó guiar por la apariencia imponente de Eliab y lo consideró el elegido por el Señor. No obstante éste le dijo: ‘No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.
En otras palabras, El Señor exhortaba a Samuel a no impactarse por el aspecto de Eliab, a no impresionarse por su apariencia, que en realidad no mostraba lo que él era, sino a ver en su interior el verdadero valor que se requería para aquella tarea. Finalmente Dios eligió a David, el octavo hijo de Isaí, el apaciguador de ovejas calmo pero no por más joven, menos valiente, que seguro era el menos esperado por todos para ser ungido como rey.
Detengámonos entonces, a la hora de tener una primera impresión. Tomémonos el tiempo para conocer, compartir, convivir en comunión fraternal con aquellos que entran en nuestra vida, para adentrarnos en su corazón y observar lo realmente importante. Aprendamos del Señor a mirar el interior, descubrir cada sentimiento y hacer de cada uno de ellos la esencia de aquellos que nos rodean.
Hagamos que lo esencial sea aquello invisible a los ojos. Hagamos esencial, lo nacido del corazón, justo como El Señor cada día nos enseña.
Palabra diaria: Señor, enséñame a mirar como Tú. Concédeme la sabiduría para observar lo realmente importante, aquello invisible a los ojos y mirar como Tu lo haces desde el corazón y hacia el corazón, de manera que pueda conocer el verdadero valor de todos los que me rodean y no aquello que muestran las apariencias.