«Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Salmo 23)
El Salmo 23 es para la mayoría de los creyentes una de las escrituras más conocidas, por la cantidad de memorias que evoca, por la paz que transmite y por la esperanza necesaria que brinda, en las muchas veces que hemos atravesado por situaciones que parecían insalvables. Resulta fácil, perderse por un instante en los recuerdos de las luchas que batallamos, de las cargas que pudimos sobrellevar y de la fuerza que ganamos leyendo el Salmo 23. En ese instante podemos de alguna manera, pasar también por alto, otra importante lección que este hermoso pasaje lleva consigo.
Si observamos las escrituras del Salmo 23 a la luz de ese pastor que con su amor paternal nos guía a través del camino correcto, podríamos encontrar nuevas y hermosas afirmaciones. Si nos preguntáramos: ¿Qué hace un pastor por su rebaño? Cuida de Él, conoce sus necesidades, lo mantiene en abundante provisión, alimentado y sano. Si el rebaño pierde por un instante el rumbo, el pastor nuevamente lo encamina y lo aleja del peligro.
Ahora si preguntáramos ¿Qué hace al Señor el mejor pastor? La respuesta es, sin duda, una: no solo cuida de su rebaño y lo pastorea a la salvación, lo hace sin obligación, no como compromiso o deber, sino movido por su infinito amor.
Que bendecidos somos de tener a Dios como nuestro eterno pastor.
Palabra diaria: Señor, a Ti que me cuidas, como un amoroso pastor a su rebaño, confío mi andar, por guiarme cuando he perdido el camino. Ayúdame a recordar que estás conmigo, que diriges mis pasos, que me levantas, porque a donde quiera que esté, siempre me miras.