Una anciana caminaba en una tarde calurosa de verano, por un largo y polvoriento sendero, cargando un pesado saco en su espalda. El sol ardiente parecía hacer el saco más pesado y el viaje más largo, pero ella, pacientemente, seguía su largo y duro camino.
En medio de la extenuante caminata, un carretero montando a caballos, la alcanzó y amablemente le ofreció ayuda para cargar el material. Ella entonces, aceptó aliviada la ayuda que le era ofrecida y subió a la carreta, sentándose en la parte trasera de la misma.
Ya habían estado viajando por un buen rato cuando el carretero, al volverse para ofrecerle agua, se dio cuenta de que ella seguía con el pesado saco en su espalda. No entendiendo tal actitud, le preguntó la razón por la cual aún estaba cargando el pesado saco.
La ancianita entonces respondió: “- Oh, señor, ¡no quiero que sea pesado este saco para sus nobles caballos.”
Cuántas veces en nuestra vida espiritual actuamos como esta ancianita, no aceptamos completamente la ayuda que El Señor quiere posar sobre nuestras vidas. En lugar de poner en Sus manos perfectas y misericordiosas, nuestras penas, cargas pesadas, y angustias, nos esforzamos por nosotros mismos para lidiar con todo ello, ignorando que el peso de tal sufrimiento que nos embarga, ya fue soportado por nuestro Señor Jesucristo en la cruz del calvario.
Por ello, aprendamos de esta pequeña pero reflexiva historia a no depender de nuestras propias fuerzas, a no sacar conclusiones equivocadas, y por el contrario a aprender a creer verdaderamente en el Señor, y poner a sus pies nuestros errores, fallas y angustias para que Él que es Todopoderoso realice su perfecta obra en nosotros y alivie todo sufrimiento y dolor y lo transforme en paz, esperanza y bienestar.
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Mateo 11:28