Y reuniéndolos, les mandó que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre. (Hebreos 1:4)
Si bien es cierto que esperar puede volvernos impacientes, también hay cosas buenas que hacer y aprender mientras esperamos. Jesús sabía esto cuando dijo a sus discípulos que «no se fueran de Jerusalén» (Hechos 1:4) mientras esperaban ser «bautizados con el Espíritu Santo» (v. 5).
Mientras estaban reunidos en el aposento alto —probablemente, ansiosos y expectantes—, los discípulos parecían haber entendido que cuando Jesús les dijo que esperaran, no quiso decir que no hicieran nada. Pasaron el tiempo orando (v. 14) y, orientados por la Escritura, eligieron un discípulo nuevo para reemplazar a Judas (v. 26). Cuando estaban juntos adorando y orando, el Espíritu Santo descendió sobre ellos (2:1-4).
Los discípulos no solo esperaron, sino que también se prepararon. Esperar en Dios no significa no hacer nada o lanzarse a la acción impacientemente. En cambio, podemos orar, adorar y disfrutar de la comunión mientras aguardamos que el Señor obre. La espera prepara nuestros corazones, mentes y cuerpos para lo que viene, al saber que podemos confiar en sus planes para nuestras vidas.