Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12-13
Nuestro creador nunca quiso que hubiera distancia entre Él y la humanidad. Por el contrario, siempre ha querido tener una relación personal con nosotros. Lo sabemos porque…
ENVIÓ A SU HIJO. Cristo vino para que pudiéramos conocer a Dios el Padre. El Señor es su representación exacta; sus palabras y sus obras fueron las mismas que las del Altísimo (Jn 5.19; 12.50).
NOS ADOPTÓ COMO SUS HIJOS. Mediante la salvación, Dios nos invita a unirnos a su familia (Jn 1.12). Esta estrecha relación con nuestro Padre celestial dura por toda la eternidad, dándonos apoyo, aliento y amor.
ES NUESTRO AMIGO PARA SIEMPRE. Al llamar a sus discípulos “amigos” (Jn 15.15), el Señor reveló un aspecto especial de su relación con sus seguidores. Cristo es un amigo que nunca nos abandonará ni se apartará de nosotros (He 13.5).
SU ESPÍRITU HABITA EN NOSOTROS. Desde el momento de la salvación, tenemos la presencia del Espíritu Santo en nuestro ser. Él está más cerca de nosotros que cualquier pariente terrenal.
Dios desea intimidad con nosotros, y nuestro llamamiento supremo es vivir para Él cada día (Col 3.23). Al hacerlo, el Espíritu Santo nos transformará para asemejarnos cada vez más al Señor a lo largo de nuestra vida.
Señor, gracias por la relación íntima que deseas tener conmigo. Gracias por enviar a tu Hijo para que pudiera conocerte y por adoptarme como tu hijo. Ayúdame a vivir cada día para ti, siendo transformado por tu Espíritu Santo, y asemejándome cada vez más a ti. En El Nombre de Jesús, Amén.