¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad. 2 Corintios 11:29-30
¿Alguna vez se ha preguntado por qué si Dios nos ama permite que nos sucedan cosas malas? ¿O si existe algo que impida que Él le ame? Pero el hecho de que no se sienta amado no significa que, en realidad, no lo sea. El apóstol Pablo podría identificarse con usted. En la lectura de hoy vemos que él se encontró una dificultad tras otra mientras obedecía a Dios. Y su pasado estaba tan lleno de pecado (Hch 8.1-3; 9.1, 2), que podría haber asumido que tenía buenas razones para no sentirse amado.
Sin embargo, Pablo siguió difundiendo su mensaje de esperanza: que Dios nos ama y envió a su Hijo a morir por nuestros pecados. La situación en la que nos encontramos puede ser injusta, dolorosa o humillante, pero eso no significa que Dios haya dejado de amarnos. A veces enfrentamos dificultades porque Él está suavizando nuestras asperezas y moldeándonos a su imagen. Otras pruebas son instigadas por Satanás, pero son permitidas por la voluntad permisiva del Señor.
De cualquier manera, Dios obra en todo para nuestro bien, de acuerdo con sus propósitos para la vida de cada creyente (Ro 8.28). La clave para aceptar la verdad del amor de Dios es centrar nuestra atención en Él, y no en las circunstancias. A medida que aprenda de Él, hable con Él y comparta su vida con Él, la confianza y la fe reemplazarán la duda y el temor.
Señor, gracias por tu amor constante y eterno, incluso en medio de las dificultades y pruebas. Ayúdame a centrar mi atención en ti y no en mis circunstancias, confiando en que estás obrando para mi bien según tus propósitos. Fortalece mi fe y reemplaza mis dudas y temores con la seguridad de tu amor inquebrantable. Moldéame a tu imagen y guíame a vivir conforme a tu voluntad. En El Nombre de Jesús, Amén.