Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. 1 Timoteo 6:9-11
Todos necesitamos cierta cantidad de dinero para satisfacer las necesidades básicas, como la comida, la vivienda y el vestido. Pero son pocas las personas que se conforman con lo más esencial. Muchos de nosotros hemos sido bendecidos con mucho más de lo que necesitamos, gracias a Dios (1 Ti 6.17). Sin embargo, debemos evitar que nuestros corazones, mentes y esperanzas concentren su atención en las posesiones terrenales y no en el Señor.
Ganar dinero para mantener el estilo de vida que deseamos puede parecer una idea razonable, pero vivir para maximizar el poder adquisitivo es una filosofía egocéntrica, no centrada en Dios. Mientras que el mundo aboga por acumular más riquezas, el Señor nos instruye para que hagamos el bien con nuestro dinero y lo compartamos con los demás.
En vez de centrarnos en cuánto podemos conservar, es mejor pensar en cuánto podemos dar. Dios ha prometido suplir nuestras necesidades (Fil 4.19), pero se complace en ver a sus hijos compartiendo con alegría lo que Él les ha dado (2 Co 9.6, 7).
Para el hombre natural, negarse a sí mismo y tener menos dinero parece ilógico. Pero para los hijos de Dios ocurre lo contrario. Cuanto más obedezcamos su dirección en cuanto a la administración del dinero, mayor será nuestra satisfacción y sensación de seguridad.
Señor, ayúdame a no centrarme en las posesiones terrenales, sino a confiar en ti para suplir mis necesidades. Enséñame a ser generoso y a compartir con los demás, encontrando satisfacción y seguridad en tu provisión y amor. En El Nombre de Jesús, Amén.