Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Gálatas 6:8-9
El pasaje de hoy contiene una importante verdad bíblica: Nuestras acciones y palabras tienen consecuencias. O dicho de otro modo, cosechamos lo que sembramos. Y esto es sobre todo evidente en nuestras relaciones.
Previamente, en Gálatas, Pablo explicó que hay una batalla entre la nueva naturaleza del creyente, que es gobernada por el Espíritu, y la “carne”, que es gobernada por la inclinación a pecar que permanece en nosotros. Luego enumeró algunas de las obras de la carne, muchas de las cuales son relacionales: discordias, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia (Ga 5.20, 21 NVI). En contraste, Pablo nos dice que el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Ga 5.22, 23).
¿Cuál de estas listas refleja con mayor precisión su manera de tratar a los demás? Es cierto que existen algunas personas que son difíciles de amar, pero sembrar el fruto del Espíritu Santo en esas relaciones cosechará un corazón indulgente, un carácter piadoso y una obediencia fiel en nosotros. Pero sembrar para la carne tiene una influencia corruptora en nuestra vida. Antes de interactuar con alguien, pregúntese qué tipo de cosecha le gustaría. Nunca se equivocará si deja que el Espíritu le dirija.
Señor, guía mis palabras y acciones para que reflejen el fruto de tu Espíritu en mis relaciones. Ayúdame a sembrar amor, paz y bondad, incluso con aquellos que son difíciles de amar. Transforma mi corazón para que sea indulgente y piadoso, y que siempre busque obedecerte. Que en cada interacción, tu Espíritu me dirija, y que la cosecha de mi vida sea una de bendición y honra a tu nombre. Amén.