Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:8
La separación, el rechazo y el distanciamiento son experiencias desagradables. Por lo general, tratamos de evitarlas a toda costa, aunque no podemos escapar por completo de ellas. El aislamiento de otras personas ya es bastante malo, pero el distanciamiento del Señor es mucho peor: es trágico.
Sin embargo, por muy vital que sea nuestra relación con Dios, algo se interpone en el camino. Todos, en pensamientos y acciones, hemos violado los mandatos divinos (Ro 3.23). Esto se conoce como pecado, y su castigo es la muerte, lo cual significa que es necesario que vivamos separados del Señor por la eternidad (Ro 6.23).
¡Qué panorama tan sombrío para la humanidad! Sin embargo, el Padre lo resolvió enviando a su Hijo para que pagara nuestro castigo. Cristo, Dios y hombre por completo, vivió sin pecar, cargó con toda nuestra iniquidad y sufrió una muerte espantosa en la cruz. Ya no estamos condenados por nuestros pecados, pues Cristo pagó nuestro castigo y nos justificó.
La salvación, que está disponible para cualquier persona que crea en el Señor Jesús y reciba el extraordinario regalo de la gracia de Dios, tiene como resultado la reconciliación con el Padre. De esta manera, la fe en Cristo pone fin a nuestro distanciamiento y condenación, y abre la puerta a la vida eterna con Dios.
Señor, gracias por mostrar tu inmenso amor al enviar a Cristo para salvarnos. Aun cuando estábamos alejados de ti por nuestro pecado, no nos dejaste perdidos. Te agradezco por el sacrificio de Jesús en la cruz, que llevó mi castigo y me justificó ante ti. Ayúdame a vivir cada día en gratitud por esta gracia que no merezco, y a permanecer cerca de ti, reconociendo tu amor inagotable. Que mi fe sea firme y que mi vida refleje el poder transformador de tu salvación. En El Nombre de Jesús, Amén.