Versículo:
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:14-21
Comentario:
La metamorfosis de una oruga es asombrosa. Desaparece en una crisálida creada de su propio cuerpo, y en poco tiempo emerge una delicada y hermosa mariposa.
Nuestro cambio en el momento de la salvación es aún más radical y milagroso. De un corazón depravado, pecaminoso y dirigido a la muerte, Dios hace surgir una criatura nueva: una que ha sido perdonada y justificada, en la que reside su Santo Espíritu.
Pero si hemos sido transformados milagrosamente después de poner nuestra fe en Cristo como Salvador, ¿por qué seguimos luchando con el pecado? La respuesta es que, aunque ahora tenemos una nueva naturaleza “[creada] según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4.24), seguimos estando en cuerpos carnales sujetos al pecado. Mientras estemos en este mundo, habrá una batalla continua entre el Espíritu y la carne.
A lo largo de nuestra vida, Dios nos está conformando a la semejanza de su Hijo. Su Espíritu que mora en nosotros nos ayuda a combatir el pecado y nos enseña a vivir con rectitud. Este proceso, llamado santificación, durará hasta que seamos llamados a nuestro hogar en el cielo. Felizmente, a medida que nos rindamos al Espíritu, nuestra conducta y nuestros pensamientos también se transformarán.
Oración:
Señor, gracias por el milagro de la salvación y la nueva vida que me has dado en Cristo. Aunque sé que la lucha contra el pecado continúa, confío en tu Espíritu que mora en mí para guiarme y transformarme cada día. Ayúdame a rendirme a tu voluntad, a vivir no para mí, sino para ti, que me rescataste y me has hecho una nueva criatura. En El Nombre de Jesús, Amén.