Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos. (Números 13:1-2)
Es probable que usted haya escuchado que los israelitas vagaron por el desierto durante 40 años, pero ¿sabe por qué razón? Porque, por su miedo, dudaron del llamado de Dios. Él había dispuesto que los israelitas habitaran en la tierra prometida, pero cuando Moisés envió espías a explorarla, estos informaron: “El pueblo que allí habita es poderoso y sus ciudades grandes y fortificadas” (Nm 13.28 NVI). Los israelitas tuvieron miedo y desconfiaron de lo que el Señor les había dicho. Como resultado, no arribaron a la tierra de leche y miel.
Una de las razones por las que nosotros, como los israelitas, a menudo cuestionamos lo que hemos escuchado de Dios, es por el miedo al fracaso. Sentir miedo es una respuesta humana normal, pero también es una señal interna de que es hora de hacer dos cosas:
Investigar lo que está pasando en su interior: ¿Qué le asusta? ¿Cómo cree que Dios ve esta situación? ¿Cómo cree que responderá Él a sus sentimientos?
Conectarse con el Padre celestial. Siempre es bueno compartir sus temores con Dios; Él quiere que usted se los diga.
El deseo del Señor es que avancemos por la vida con confianza y seguridad en Él (2 Ti 1.7). Siempre que el miedo le tiente a cambiar de rumbo, tómese un momento para hacer una pausa, mirar hacia su interior y hablar con Dios.
Señor, reconozco que a veces el miedo nubla mi fe y me detiene en el camino que has trazado para mí. Hoy me presento ante Ti con todos mis temores, sabiendo que solo Tú puedes transformarlos en valentía y confianza. Dame un corazón firme y lleno de fe para creer en tus promesas y avanzar con seguridad. Enséñame a confiar más en tu poder que en mis propias fuerzas, y a recordar siempre que tu amor perfecto echa fuera todo temor. En el nombre de Jesús, amén.