El de grande ira llevará la pena; Y si usa de violencias, añadirá nuevos males. Proverbios 19:19
¿Cuándo fue la última vez que usted sintió ira, y cómo reaccionó? Todos nos enojamos en un momento u otro; incluso Dios mismo siente ira. Sin embargo, como somos humanos, no siempre reaccionamos de la mejor manera. Efesios 4.26 nos dice: “Airaos, pero no pequéis”.
Una forma en que pecamos a menudo es aferrándonos a la ira. Cuando el resentimiento se instala en nuestro corazón, tuerce nuestro pensamiento y nuestras emociones y nos roba la paz. Entonces esa amargura puede derramarse en nuestras relaciones. Podemos decir palabras hirientes, incluso a aquellos que no son la causa de nuestra ira. O podemos aislarnos para protegernos y evitar futuras heridas.
Aunque aferrarse a la ira es perjudicial para nuestro bienestar personal y la conexión con los demás, un resultado aun más grave es que dificulta la comunión con el Señor. Una actitud negativa endurece nuestro corazón y afecta la labor de Dios en y a través de nosotros, además de que lo entristece. Nuestro Padre celestial quiere colmarnos de gozo y paz, pero el corazón enojado impide esas bendiciones.
¿Está usted albergando ira? La amargura no resuelta puede estar tan arraigada a su alma que ni siquiera se dé cuenta de que está ahí. Sentir ira de vez en cuando es normal, pero aferrarse a la negatividad es destructivo.
Señor, hoy pongo delante de Ti cualquier ira o resentimiento que pueda estar albergando en mi corazón. Ayúdame a soltar aquello que me roba la paz y endurece mi alma. Enséñame a perdonar y a confiar en Tu justicia, para que pueda caminar en libertad y gozo. Llena mi corazón de Tu amor y guía mis palabras y acciones para reflejar Tu gracia. En el nombre de Jesús, Amén.