(Lee al final el estudio un devocional de Salmos 6. Esperamos sea de bendición para ti)
Estudio bíblico sobre el Salmo 6
El Salmo 6 recoge un lamento individual del rey David. El estudio bíblico del Salmo 6 revela cómo el salmista acudió a la misericordia del Señor en un momento de gran angustia y aflicción. En sus momentos de dolor, David expresó su plena confianza en Dios.
El título del Salmo 6 nos informa de que su autor fue, efectivamente, el rey David. Sin embargo, no es posible saber el momento exacto de la vida de David en que se escribió este salmo. Algunos eruditos sugieren que pudo ser en el contexto de la rebelión de Absalón. Otros creen que puede ser que David escribiera el Salmo 6 durante un periodo en el que padeció una grave enfermedad. Sea como fuere, en los albores de la historia del cristianismo este salmo ha sido clasificado como uno de los siete «salmos penitenciales» (Salmos 6; 32; 38; 51; 102; 130; 143).
El título del Salmo 6 lleva también una instrucción musical: «Al maestro de canto, con instrumentos de ocho cuerdas». Los intérpretes dicen que esta designación puede referirse a un arpa de ocho cuerdas o quizá a una indicación de que el salmo debe entonarse en un registro más grave, una octava más baja.
En un esquema sugerido del Salmo 6, podemos dividirlo en dos partes principales:
El dolor de la desesperación que se presenta ante Dios (Salmo 6:1-7).
La alegría de la liberación (Salmo 6:8-10).
El dolor de la desesperación presentado ante Dios (Salmo 6:1-7)
David comienza el Salmo 6 derramando su alma ante el Señor. Reconoce que merece la reprimenda de Dios, pero apela a Su compasión. Desea que la disciplina divina vaya acompañada también de la misericordia divina (Salmo 6:1,2).
El salmista dice que está debilitado y que sus huesos tiemblan. Por eso suplica al Señor que le cure (Salmo 6:2). Basándose en esta afirmación, algunos comentaristas creen que el motivo de la aflicción del salmista era una enfermedad grave. Pero también podría ser que esta afirmación fuera una expresión metafórica de la profunda aflicción que se apoderaba de todo su ser y le debilitaba incluso físicamente.
En cualquier caso, en la continuación el salmista deja claro que su alma estaba profundamente turbada. Así que en este punto estalla en desesperación y dice: «Señor, ¿hasta cuándo? Realmente no podía soportar seguir en aquella situación por más tiempo. Así que pasa a suplicar a Dios que le conceda la liberación. Incluso utiliza una expresión que transmite la sensación de que su deseo era que Dios le sacara de aquella situación que le estaba causando tanto dolor (Salmo 6:6,7).
Pero en todo momento reconoce que no es digno del favor divino, y que cualquier bendición que llegue a recibir no se debe a su propio mérito, sino a la gracia de Dios. Por eso dice: «Sálvame por tu gracia» (Salmo 6,4).
El versículo 5 suele ser mal interpretado por algunas personas. Esto se debe a que en él el salmista dice: «Porque en la muerte no hay recuerdo de ti; en la tumba, ¿quién te alabará?» (Salmo 6,5).
Pero el salmista no se refería a una idea de aniquilación o de inconsciencia del alma tras la muerte. Se refería simplemente al silenciamiento de los que ya han muerto ante el hecho de que ya no pueden participar en el culto público del pueblo de Dios militante en la tierra. Es algo parecido al argumento del rey Ezequías en Isaías 38:18. Además, aunque la doctrina de la resurrección está implícita en el Antiguo Testamento, sólo en el Nuevo se desarrolla con mayor claridad.
La alegría de la liberación (Salmo 6:8-10)
Pero antes de concluir el Salmo 6, David cambia el tono de su discurso de un modo sorprendente. Pasa de la desesperación a la valentía; del sufrimiento a la alegría. Evidentemente, la razón de este cambio radical es su inquebrantable confianza en el Señor. Estaba seguro de que el Dios de la Alianza escucha la oración de Su pueblo.
Así, basado en la providencia de Dios, el salmista glorifica al Señor ante sus enemigos (Salmo 6:8). Probablemente los adversarios de David se habían jactado pensando que nunca saldría de aquel estado de dolor y aflicción. Pero al pensar que David estaba perdido, aquella gente acabó desdeñando la propia fidelidad del Señor, al fin y al cabo David era el rey ungido por el Señor para reinar sobre Israel; era el hombre conforme al corazón de Dios.
Por eso la oposición de aquella gente era, en el fondo, una afrenta a la voluntad del Señor. Esto explica la frase: «Apartaos de mí todos los obradores de iniquidad» (Salmo 6:8).
A continuación, el salmista termina el Salmo 6 exultando por el cuidado del Señor. Dice repetidamente: «[…] el Señor ha escuchado la voz de mi lamento; el Señor ha oído mi súplica; el Señor acoge mi oración» (Salmo 6:8,9). Como resultado, los enemigos del rey elegido del Señor tuvieron que retirarse turbados y avergonzados (Salmo 6:10).
Devocional:
Jehová, no me reprendas en tu enojo, Ni me castigues con tu ira. (Salmos 6:1)
El libro «Guía del niño», de la escritora estadounidense Ellen G. White, aporta verdaderas perlas de educación cristiana. Entre los diversos y preciosos consejos, uno de ellos dice que: «Cada familia, en la vida hogareña, debería ser una iglesia, un hermoso símbolo de la iglesia de Dios en el cielo. Si los padres reconocieran su responsabilidad para con sus hijos, en ningún caso los regañarían ni se enfadarían con ellos» (O.C., p.335).
Lo que nos dice este texto es que la familia, como símbolo de la iglesia celestial, no puede dar lugar a la irritación creando un ambiente inadecuado para una correcta educación cristiana. Cuando un padre o una madre actúan movidos por la ira y no por el amor, la corrección no alcanza su verdadero objetivo.
La súplica de David se dirige a la misericordia de Dios. Que no le reprenda en Su cólera ni le castigue en Su ira (v.1). Esto me lleva al relato de Juan ocho y me recuerda la actitud de Cristo ante una mujer adúltera. Todos a su alrededor la acusaban airadamente con piedras en las manos. Pero las palabras de Jesús los dispersaron y lo que dijo a aquella mujer refleja bien lo que Dios hace en nuestras vidas: «Yo tampoco te condeno; vete y no peques más» (Juan 8,11). La ira del Señor no es contra el pecador, sino contra el pecado. Como nuestro Padre amoroso, no nos reprende con ira, sino con amor y compasión.
El salmista expresa un estado de profunda tristeza e incluso síntomas de depresión, a causa de sus enemigos. Como en el caso de la mujer adúltera, los enemigos de David le rodeaban a punto de arrojar la primera piedra. Pero igual que Cristo acogió a aquella mujer, David estaba seguro de que el Señor escuchaba y acogía su oración.
Hoy, todavía estamos a tiempo de oír al Señor:
«No te condeno; vete y no cometas más iniquidades». Sin embargo, llegará el día en que muchos tendrán que oír las duras palabras: «Apartaos de Mí todos los que practicáis la iniquidad» (v.8; Mt.7:23).
El momento en que tenemos que clamar: «Vuélvete, Señor, y libra mi alma; sálvame por tu gracia» (v.4), es ahora. Él es nuestro Padre celestial y no hay nadie más interesado en nuestra salvación que Él. Ha llegado el momento de que nos acerquemos de todo corazón al Padre de la Eternidad que eligió sufrir los resultados del mal por ti y por mí. Al Padre que envió a Su Hijo Unigénito para que recibiera la paga que nos correspondía (Rom.6:23). Al Padre que cambia las piedras de la ira por palabras de aprecio y perdón. Entonces, seguramente, Él nos escuchará y acogerá nuestras oraciones. ¡Velemos y oremos!
¡Buenos días, hijos del Padre del Amor!
Oración:
Señor, muéstrame cada día Tu inmenso amor y acompáñame siempre con Tu poderosa presencia, no necesito nada más. En El Nombre de Jesús, Amén.