Palabra:
«A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido…Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre» (Salmos 16:8,11)
¿Qué había hecho? Tendría que haber sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida. En cambio, fue de los más solitarios. Acababa de conseguir mi primer trabajo «real» después de la universidad, en una ciudad a cientos de kilómetros de donde nací. Pero la emoción de ese gran paso se desvaneció pronto. Tenía un apartamento pequeño y sin muebles. No conocía la ciudad ni a nadie. El trabajo era interesante, pero el sentimiento de soledad era devastador.
Una noche, me senté contra la pared. Abrí mi Biblia y me crucé con el Salmo 16, que dice en el versículo 11 que Dios nos llenará. «Señor —oré—, pensé que este trabajo era lo correcto, pero me siento tan solo. Por favor, lléname con la sensación de que estás cerca». Durante semanas, elevé variantes de este ruego quejumbroso. Algunas noches, mi sentimiento de soledad disminuía, y experimentaba profundamente la presencia de Dios. Otras noches, me sentía dolorosamente aislado.
Pero, cuando regresaba a ese versículo y anclaba mi corazón en él noche tras noche, el Señor fue profundizando mi fe. Sentí su fidelidad como nunca antes, y aprendí que lo único que debía hacer era derramarle mi corazón y esperar confiado en su promesa de estar siempre con nosotros por el Espíritu.