Nosotros los seres humanos vivimos en un ambiente lleno de peligros. Cuando uno se sube a un auto, nunca sabe si llegará a su destino sin accidentarse. Los riesgos en la circulación son numerosos y variados. El peligro de adquirir alguna enfermedad también nos amenaza constantemente. Además nos acechan muchos otros. Pero el peligro más grande de todos es estar perdido por la eternidad. Si no hacemos nada para ponernos a salvo, infaliblemente llegaremos a este punto.
Pero ningún ser humano puede salvarse a sí mismo, por más que se esfuerce. Los pecados son un invencible impedimento para salvarse y evitar la perdición eterna. Entonces, ¿existe la posibilidad de ser salvos?
Sí, y sólo de una manera. Se halla única y exclusivamente en Aquel que vino para salvar a “su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21), y de quien la Escritura dice: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Y “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Jesucristo, el Hijo de Dios, es el Salvador. Dios lo envió a la tierra para que muriera en la cruz, a fin de que “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Quien lo rechaza está perdido para siempre. Él mismo dijo a los judíos de su tiempo: “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).