Guerrero de Dios: Alabar en todo momento

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Alabad a Dios en su santuario; Alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. Salmos 150:1-2

El deseo de alabar está arraigado en el espíritu humano: es un impulso que no podemos ignorar. Y, como cristianos, estamos llamados a dirigir esa tendencia a Aquel que nos creó. El apóstol Pedro lo dice así: “Ustedes son descendencia escogida, sacerdocio regio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2.9 NVI).

Es una hermosa verdad el hecho de que somos el pueblo de Dios: creado, elegido y llamado por Él para tener una vida de alabanza, tanto por nosotros mismos como con otros creyentes. En el Salmo 34 (NVI), David dice: “Bendeciré al Señor en todo tiempo; lo alabarán siempre mis labios” (Sal 34.1). Sin embargo, no se contenta con hacerlo en solitario. Exhorta a otros creyentes a unirse a él: “Engrandezcan al Señor conmigo; exaltemos a una su nombre” (Sal 34.3).

Entonces, alabemos al Señor en la iglesia y en nuestros hogares; al comenzar la jornada laboral y cada noche al acostarnos. Recordemos también alabarlo no solo por lo que ha hecho, sino también por la excelencia de su carácter. ¡Dios es verdaderamente digno de nuestra adoración!

Señor, mi alma te alaba y bendice Tu santo nombre, porque eres grande y digno de suprema alabanza. En todo tiempo quiero exaltarte, proclamar Tu fidelidad y celebrar Tus maravillas. Que mi vida sea un reflejo de adoración continua, reconociendo Tu poder, Tu amor y Tu bondad infinita. Llena mi corazón de gratitud y haz que mi alabanza se eleve a Ti con gozo y sinceridad. Gracias por ser mi Dios, mi refugio y mi Salvador. A Ti sea la gloria por los siglos. En El Nombre de Jesús, Amén.