Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente. Lucas 22:61-62
Pedro era un hombre de gran fe y acciones audaces, pero su manera de ser impetuosa a veces lo llevó a cometer errores humillantes. Más de una vez, quizás se sintió como un fracasado en vez de un discípulo fiel.
Estoy seguro de que todos podemos identificarnos con él cuando se trata de no cumplir con nuestras propias expectativas. Aprender a obedecer a Dios es un proceso, y el fracaso es parte de nuestro desarrollo como siervos humildes. Cuando cedemos a la tentación o nos rebelamos contra la autoridad de Dios, pronto nos damos cuenta de que el pecado en nada recompensa.
Todos preferiríamos crecer en nuestra fe sin dar ningún paso en falso, pero no podemos negar que nuestros fracasos son aleccionadores. Nos enseñan humildad, que es un rasgo de carácter esencial para quienes siguen a Cristo. Para eliminar el orgullo es importante reconocer que necesitamos al Dios cuyos caminos y propósitos son más altos que los nuestros.
El Señor no recompensa la rebeldía ni lo malo, sino que bendice a quienes se arrepienten y aceptan la disciplina como una herramienta para el crecimiento (Pr 28.13). Así que, haga que su objetivo sea convertirse en un estudiante moldeable en las manos del Señor, y dele gracias por usar sus fracasos para bendición de su vida.
Señor, ayúdame a aprender de mis fracasos y a ser humilde en mi caminar contigo. Perdona mis rebeliones y guíame a través de tus enseñanzas. Hazme un discípulo moldeable en tus manos y usa mis errores para acercarme más a ti. Gracias por tu gracia y misericordia. En El Nombre de Jesús, Amén.