Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; Enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, Porque tú eres el Dios de mi salvación; En ti he esperado todo el día. Salmo 25:4-5
El Señor derrama su bondad sobre todos, pero nuestra capacidad de percibirla es limitada. Para experimentar la plenitud de su bondad, debemos honrarlo dependiendo de Él y obedeciéndolo.
El Padre celestial tiene un plan para sus hijos, pero como no hay dos personas iguales, cada camino será diferente. Lo que puede ser mejor para una persona puede no ser bueno para otra. La comparación de los caminos de Dios solo conducirá al desánimo y al juicio erróneo. No tenemos ni la sabiduría ni la perspectiva eterna para entender por qué Dios lleva a algunas personas por dolor y dificultades, pero sí sabemos que Él siempre es bueno.
Cada paso en el camino de Dios implica la decisión de seguirlo. Si le prestamos atención a las vidas de los demás en vez de fijar nuestros ojos en Cristo, empezaremos a pensar que nos estamos perdiendo algo bueno. O si nos apartamos del Señor para seguir un camino que parece mejor, perdemos sus bendiciones y descubrimos, como Adán y Eva, que cualquier otro camino lleva a la perdición.
Pregúntese: ¿Estoy en el camino que el Señor ha elegido para mí, o he tomado otra dirección que parece buena? Crear nuestro propio rumbo e ignorar el camino de Dios es una insensatez. Solo Él conoce el camino que debemos tomar.
Señor, guíame en el camino que has preparado para mí. Ayúdame a confiar en tu sabiduría, aun cuando no entienda tus planes. Libérame de la tentación de compararme con los demás y enséñame a fijar mis ojos en Cristo. Quiero caminar en obediencia y depender de ti en cada paso, sabiendo que tus caminos son buenos y perfectos. Gracias por tu bondad y dirección constantes en mi vida. En el nombre de Jesús, amén.