Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal. 1 Tesalonicenses 5:16-21
Si usted alguna vez ha ido de acampada, sabe que el fuego necesita combustible para arder. Los campistas utilizan palos y hojas secas para producir la llama, pero cuando llega la hora de dormir la apagan, o lo hacen utilizando agua o tierra.
El Señor ha encendido un fuego en el corazón de cada creyente, y Pablo advierte que no debe ser apagado (1 Ts 5.19). Según él, debemos alimentar la llama de la fe con esmero.
Nada puede extinguir por completo el fuego de la salvación dentro de los creyentes: El Señor Jesús dice: «Nadie los arrebatará de mi mano» (Jn 10.28). Sin embargo, es posible que las llamas pierdan intensidad con el tiempo cuando una y otra vez tomamos decisiones que no se alinean con la Palabra de Dios. El pecado tiende a amortiguar la claridad de su voz en nuestra vida. Es como si echáramos agua fría sobre el fuego de nuestro corazón.
No obstante, los creyentes podemos avivar su llama con “leña” espiritual. Cada vez que usted decide orar, leer las Sagradas Escrituras, confesar el pecado, decir una palabra amable, o servir a alguien, está avivando el fuego que Dios puso en su corazón. Ninguna disciplina espiritual se practica en vano.
¿Qué pequeño paso puede dar usted hoy que añada hojas secas a su fuego divino?
Señor amado, gracias por el fuego de tu Espíritu que arde en mi corazón. Ayúdame a cuidarlo con fidelidad, alimentándolo con oración, obediencia y amor por tu Palabra. Enséñame a elegir lo bueno y a apartarme de lo que apaga tu luz en mí. Fortalece mi espíritu para que te busque cada día, y aviva en mí un amor ferviente por Ti y por los demás. En el nombre de Jesús, amén.