Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? Mateo 7:7-11
¿Se ha desilusionado en cuanto a la oración? Tal vez ha estado pidiendo, buscando y llamando con persistencia, pero Dios no ha respondido su petición. De ser así es posible que se pregunte por qué tantos cristianos hablan del poder de la oración cuando esta parece ineficaz en su vida.
Los versículos 9 al 11 del pasaje de hoy nos ayudan a comprender el panorama general. Cristo compara a los padres terrenales con el Padre celestial. Señala que un padre humano, que es imperfecto y limitado, puede dar cosas buenas a sus hijos. Entonces, es lógico que el Padre celestial, quien es todopoderoso y omnisciente, dé lo que es beneficioso para sus hijos.
A veces, sin embargo, somos como niños espirituales. En nuestro entendimiento limitado, no nos damos cuenta de que nuestras peticiones no siempre son lo que Dios considera mejor para nosotros. La oración es poderosa cuando le pedimos lo que le agrada según su perfecta voluntad (1 Jn 5.14, 15).
Lo maravilloso es que Dios usa las oraciones de su pueblo para lograr sus planes. Él pudiera lograrlos sin nosotros, pero la oración nos enseña humildad, dependencia, sumisión y confianza. La intimidad con Dios se logra cuando venimos a Él con alabanza, gratitud, confesión y peticiones. El beneficio de la oración no es que podamos recibir algo, sino que podamos relacionarnos con Aquel que suple para nuestras necesidades.
Señor, enséñame a orar con un corazón humilde y sumiso a tu voluntad. Ayúdame a entender que tus respuestas son siempre lo mejor para mí, aunque no las comprenda. Fortalece mi confianza en ti y en tu sabiduría perfecta. Permíteme experimentar la intimidad contigo a través de la alabanza, la gratitud y la confesión, sabiendo que tú suples todas mis necesidades. En El Nombre de Jesús, Amén.