Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno. Marcos 8:29-30
Cuando Cristo nació, su madre conocía su identidad y atesoraba las cosas que sabía de Él, “meditándolas en su corazón” (Lc 2.19). No fue hasta que se convirtió en una figura pública, a la edad de 30 años, que el Señor empezó a cumplir parte de lo que ella ya sabía que era verdad.
Durante un tiempo Él siguió pasando desapercibido, actuando en el anonimato o sin ninguna relevancia. Esto provocó cierta frustración entre sus seguidores, que creían que era el Mesías, el rey profetizado de Israel. Pero hay un tema evangélico conocido como el “secreto mesiánico”, que se refiere a las veces que el Señor Jesús realizó un milagro y dijo que no se lo contaran a nadie. (Véase Mr 8.30).
El gran misterio de Dios haciéndose hombre era que el rey de Israel venía, pero de incógnito. Incluso durante la última semana de su vida, cuando las señales de su ministerio adquirieron un carácter mesiánico, el Señor Jesús seguía sin dar una explicación total de quién era.
Sin embargo, la ironía de todo este secretismo era que los que conocían al Señor hablaban a todo el mundo de Él. Y la Gran Comisión (Mt 28.19, 20) hace que esa sea la norma para todos los cristianos. Puesto que hemos experimentado la salvación y la libertad que viene de confiar en Él, estamos llamados a contar a todos que el Rey ha venido y vendrá otra vez.
Señor, gracias por revelarte a nosotros como el Cristo, nuestro Salvador y Rey. Así como Pedro confesó Tu nombre con convicción, ayúdame a proclamar Tu verdad con valentía y amor. Que mi vida sea un testimonio fiel de Tu gracia y salvación, y que no tema compartir el evangelio con quienes me rodean. Dame sabiduría para hablar en el momento oportuno y la pasión para cumplir la Gran Comisión con gozo. Que mi voz y mis acciones reflejen Tu luz en el mundo. En el nombre de Jesús, Amén.