Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva (1 Pedro 1:3)
El ancla era una imagen popular en el mundo mediterráneo antiguo. Dado que la economía dependía del transporte marítimo, el ancla llegó a simbolizar seguridad y firmeza. El escritor de Hebreos usa la palabra “ancla” para recordar a los creyentes que Dios les ha dado una esperanza que se mantiene firme en las tormentas.
La esperanza es una actitud saludable. Esperar lo bueno conforta la mente y el corazón. En Proverbios se encuentra un versículo que describe el resultado de esta sensación de opresión: “La esperanza que se demora es tormento del corazón” (Pr 13.12). Las enfermedades emocionales, físicas, e incluso mentales persiguen a la persona que se siente atrapada en una situación sombría. Pero para Dios, ninguna situación es irremediable. En Él, tenemos la promesa de la segunda parte de ese proverbio: “Pero árbol de vida es el deseo cumplido”.
Los creyentes tienen una esperanza que es un ancla para sus almas. Nuestra relación con Jesucristo nos acerca al trono celestial, donde podemos depositar todas nuestras cargas ante un Dios todopoderoso. Además, podemos aferrarnos a Él en cualquier prueba que se nos presente. Por su gran amor, el Señor da fuerzas a los cuerpos cansados, paz a las mentes ansiosas, y consuelo a los corazones afligidos. En resumen, Él ilumina ese túnel oscuro y nos guía tiernamente en las situaciones difíciles.
Señor, cuando la ansiedad y el afán ganen espacio en mi corazón y en mi mente, ayúdame a depositar en Ti mis esperanzas, ya que sólo de Tu mano, podré encontrar un lugar donde protegerme y así no darle lugar al miedo, ni a la inseguridad, sino a la certeza de bien y de paz que brinda Tu presencia.