Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. (Éxodo 33:14)
Cuando Dios nos lleva a un lugar donde nunca hemos estado, suponemos que será mejor que el lugar donde nos encontramos. En última instancia, es verdad. Sin embargo, a menudo, antes de llegar allí, tenemos que cruzar un desierto.
Dios tiene un propósito para el desierto, pero es difícil ver cuál es cuando estamos allí. Puede ser aterrador cuando no sabemos qué esperar. El pensamiento más aterrador es imaginar que el desierto podría ser nuestro destino final.
Pero afortunadamente no lo es. Aunque pasemos por varios desiertos, siempre son pasajeros, aunque nos parezcan largos.
El desierto es donde nos vemos obligados a dejar atrás lo que nos es familiar, la comodidad, los éxitos del pasado, los logros y el viejo bagaje de trucos que siempre han funcionado. Es allí donde Dios te preparará para las cosas buenas que estás a punto de hacer en tu vida. Es allí donde te convencerás totalmente de que no llegarás a ninguna parte y no lograrás nada sin Él.
El desierto es donde Dios nos lleva cuando quiere sacar a Egipto de nuestros corazones. Quiere separarnos de todo lo que codiciamos, para que sólo deseemos estar con Él. Dios quiere erradicar el deseo de ciertos placeres que nos separan de Su presencia. Eso no significa que no quiera que tengamos algún tipo de placer o comodidad. Lo que quiere es que no nos acostumbremos a ella, sin antes reconocer que nuestra dependencia fundamental es en Él.
Cuando Dios nos muestra una nueva dirección, debemos dejar atrás lo que sabemos, abrazar lo desconocido y confiar en que nos sostendrá en el viaje.
Palabra diaria: Señor, si me llamas al desierto, iré, porque sé que Tú estarás allí. Ayúdame a no andar con miedo o dudas. Perdóname cuando murmuro. Permíteme ver todas las bendiciones que tengo dónde me encuentro hoy. Confío en que Tu gracia sea suficiente para este día y para cada uno de los siguientes.