Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15:13
La esperanza suele definirse como desear algo, acompañado de la expectativa de recibirlo. Si nuestra expectativa no se cumple, es fácil desanimarse. Tenemos un enemigo que quiere robar nuestra esperanza. Como padre de la mentira, Satanás trata de mantenernos enfocados en nuestras circunstancias para que dudemos del amor y el cuidado de Dios por nosotros.
Por tanto, a veces podemos sentirnos desesperados y abandonados, pero los sentimientos no son confiables. Como hijos del Padre celestial, nunca estamos en circunstancias irremediables porque Él promete obrar todo para nuestro bien (Ro 8.28). Pero su concepto de “bien” no siempre coincide con el nuestro. Con frecuencia ponemos nuestras esperanzas en las cosas de este mundo, mientras que Dios da prioridad a nuestro bienestar espiritual.
La decepción y el desánimo son el resultado de poner nuestras esperanzas en la aspiración equivocada. Esto no significa que no podamos tener sueños y expectativas; sin embargo, no debemos aferrarnos a ellos, pues debemos tener una actitud de sumisión a Dios y confiar en que sigue obrando para nuestro bien cuando tales esperanzas no se concretan. Nuestras expectativas para esta vida son temporales, pero tenemos una esperanza viva en Cristo que es infalible y eterna.
Señor, fuente de toda esperanza, hoy me acerco a ti con un corazón humilde y confiado. Ayúdame a no aferrarme a los deseos temporales de este mundo, sino a poner mi esperanza en ti, quien nunca falla. Aun cuando las circunstancias no sean como esperaba, confío en que tu plan para mi vida es perfecto y para mi bien. Que tu Espíritu Santo llene mi corazón de paz y gozo, permitiéndome descansar en tus promesas eternas. Gracias, Señor, por ser mi refugio y mi esperanza viva, ahora y siempre. En El Nombre de Jesús, Amén.