«Deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo…Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:4, 6-7)
Hay momentos en los que sabes lo que Dios quiere que hagas; sin embargo, no sientes tener la fuerza espiritual necesaria. De alguna manera, te sientes internamente seco. Sabes que la Palabra asegura que «del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38). Pero en esos momentos, ni siquiera puedes encontrar el riachuelo, mucho menos el río.
La Palabra de Dios nos da una orden clara y precisa referente a esas situaciones: nos dice que debemos avivar el fuego del don de Dios que mora en nosotros.
¡Avívate tú mismo! Cualquier cosa que necesites ya la tienes en tu interior. Jesús la depositó allí. Todo lo que necesitarás alguna vez en la vida para hacer lo que Dios te ha llamado a hacer, ya ha sido puesto en tu interior por el Dios todopoderoso. La fe, el poder y el amor ya están ahí. Créelo. Decláralo en voz alta. Confiesa lo siguiente, para ti mismo:
“Avivo el amor y el poder de Dios que están en mí. Despierto y echo fuera las angustias y miedos de aquellas circunstancias que escapan de mi control. Cobro vida en el Espíritu del Dios viviente. ¡Estoy avivado!”
Ya el poder de Dios, se encuentra contigo.
Palabra diaria: Señor, hazme tan poderoso en la guerra que derrote cada impulso en mi alma que quiera destruir la paz, tan poderoso en mi dureza contra la amargura que la ternura de mi corazón no sea destruida por las heridas, tan poderoso que nunca dude de que junto a ti, puedo superar cualquier circunstancia.