Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación. Romanos 5:11
¿Qué siente usted cuando escucha la palabra pecado? ¿Tal vez vergüenza o incomodidad? Bueno, hay una razón para ello. No fuimos hechos para el pecado ni sus consecuencias negativas.
El pecado —o hamartia en griego, que significa «errar el blanco»— nos separa de nuestro Padre celestial. La perfecta unión y armonía que Adán y Eva compartían con Él en el huerto se perdió en el momento en que el pecado entró en escena.
Hoy, miles de años después de aquella dolorosa brecha, seguimos sintiendo que falta algo vital. Innumerables personas se pasan toda su vida tratando de llenar ese vacío. Sin embargo, solo el amor y la presencia de Dios pueden sanar el dolor que causa. Por eso vino el Señor Jesús: “para dar su vida en rescate por muchos”, salvarnos del poder del pecado y de la muerte, y reunirnos con Aquel que nos ama más allá de toda medida (Mt 20.28).
Si usted ha puesto su fe en el Señor, puede regocijarse porque el pecado ya ha sido derrotado por su sacrificio expiatorio (1 P 2.24). Y si aún no ha tomado esa decisión, sepa que Él le está esperando para abrirle la puerta (Ap 3.20-22).
Señor, gracias por el regalo de la reconciliación a través de Jesús. Reconozco el vacío que el pecado dejó en mi vida y cuánto necesitaba Tu perdón. Ayúdame a vivir con gozo y gratitud por la libertad y la paz que me has dado. Que cada día mi vida refleje el amor que me has mostrado y Tu victoria sobre el pecado. En El Nombre de Jesús, Amén.