Una mujer muy pobre caminaba con su hijo pequeño por el bosque buscando a alguien que les diera algo de comer cuando oyó una voz grave que procedía del interior de una cueva. Se acercó cada vez más para intentar oír lo que decía la voz. A medida que se acercaba, escuchó aún más cerca:
– Hola, ¡hay mucho oro, plata y las piedras preciosas más bellas y caras del mundo aqui adentro! Entra ahora y toma lo que quieras.
La mujer, un poco desconfiada, pero al mismo tiempo movida por la curiosidad, decidió entrar en la cueva. Miró dentro de la cueva y se dio cuenta de que, en efecto, estaba llena de tesoros insondables que nunca había visto en su vida.
– ¿De verdad puedo tomar todo aquello que desee? preguntó a la voz misteriosa.
– Sí, pero sólo puedes llenar una bolsa tendrás apenas dos minutos para elegir lo que quieras. Pasado ese tiempo, sal corriendo, pues la cueva se cerrará para siempre con todo lo que quede dentro.
Con el corazón acelerado por el poco tiempo de que disponía, porque tenía mucha prisa y con tantas opciones ante ella, la mujer eligió, recogió, cambió, deshizo y volvio a hacer, y finalmente logro juntas los objetos en la bolsa intentando a toda costa elegir las cosas más valiosas con las que pudiera conseguir la mayor cantidad de dinero.
– ¡Vamos! Ahora sólo tienes 10 segundos… se apresuró a sentenciar la misteriosa voz.
En ese lapso tomó unas cuantas gemas de oro adicionales y las metió rápidamente en su bolsa.
– 6, 5, 4, 3, 2…
Tomó últimamente, otra bandeja de oro y salió corriendo.
Fuera, aún tuvo tiempo de ver cómo la entrada de la cueva se convertía en una inmensa pared de roca.
Miró la bolsa, evaluó lo que había conseguido reunir y, feliz, llegó a la conclusión de que ahora era una mujer rica y podría dar a su hijo una vida mejor. Nunca volverían a pasar hambre. Tendrían una casa, comida suficiente, recursos para, teóricamente tener una mejor vida material.
Pero en cuestión de segundos la mujer se dio cuenta de algo… ¡su semblante pasó inmediatamente de la alegría extrema a la tristeza extrema!
– Dios mío… ¡mi hijo! Mi hijo, Dios mío, mi hijo…
En su prisa fascinada por aquel caudal de oro y piedras preciosas, perdió de vista lo más importante, ¡olvidó para siempre a su hijo dentro de la cueva!
UNA GRAN LECCIÓN
No dejes que las prisas y distracciones de la vida como esa desdichada mujer seducida por los bienes del mundo, te arrebanten los momentos más valiosos de ella, tu tiempo con Dios, los instantes para compartir en familia, los momentos para abrazar a un hijo o a un hermano. Y que El Señor te conceda la fuerza, para no dejarte llevar por la fascinación por las cosas materiales que te hagan olvidarte de Él y de las personas que amas. ¡Podrías perderlas para siempre!
Dios pose sobre Ti, grandes y poderosas bendiciones, para darte un carácter que supere al mundo y Te una a Él, por encima de todo.
Asi sea hecho.
Dios Te Bendiga.