Un hombre que acababa de ser elegido al Parlamento Británico llevó su familia a Londres. Se sintió importante mientras les contaba de su nuevo empleo y los llevó a hacer un recorrido por la ciudad. Cuando entraron en la Abadía de Westminster, su hija de 8 años se quedó pasmada por el tamaño de la magnífica estructura. Su orgulloso padre le preguntó: «Querida, ¿en qué estás pensando?» Ella contestó: «Papi, estaba pensando en lo grande que eres en nuestra casa, y lo pequeño que te ves aquí.»
Sin saberlo, aquella niña dijo algo que su padre necesitaba escuchar. El orgullo puede infiltrarse en nuestra vida muy fácilmente, y de vez en cuando, es bueno que a uno «le bajen los humos». Necesitamos recordar que no hemos de tener un concepto de nosotros más alto que el debido (Romanos 12:3). Es fácil llegar a ser orgulloso cuando nos quedamos en nuestros propios círculos de la vida. Pero cuando nos arrojan en situaciones más grandes, con mayores demandas, presiones y competencia, nos impactamos al darnos cuenta de que los peces grandes de lagunas pequeñas se encogen rápidamente en un océano grande.
Santiago dijo: «Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes» (4:6). Así que pidamos al Señor que nos ayude a vernos como realmente somos. Con su ayuda, aprenderemos a deshacernos del necio orgullo.
. . digo . . . a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar. . . . –Romanos 12:3.