La revista Consumer Reports (que informa a los consumidores sobre los productos y servicios que hay en el mercado) publicó un folleto con el intrigante título Cómo limpiar prácticamente cualquier cosa. Este folleto da consejos sobre qué solución usar para quitar una amplia variedad de manchas. Dada mi manera de vivir, que todo se me cae y se me derrama, es es el tipo de libro que me gusta.
¿Sabías que la glicerina quita las manchas de bolígrafo? El agua hirviendo puede quitar las manchas de frutas como fresas y morar. Los padres de niños pequeños deberían tener a mano un galón de vinagre para deshacerse de las marcas de crayones. El cloro trabaja bien sobre el moho. El jugo de lima hace pequeños milagros en las manchas de óxido.
No los he probado todos, pero presumo que los científicos han probado estos agentes comunes de limpieza.
Lo que no se encuentra en este librito es cómo lidiar con la mancha más grave de todas: la mancha que deja en tu vida el pecado, aquellas manchas feas y profundas hechas por palabras hostiles y acciones vergonzosas. Las lágrimas no las tocan. El celo no las puede borrar. A veces nos convencemos de que hemos proseguido con nuestra vida y que las manchas han desaparecido, pero en un momento de descuido notamos que la mancha se ha colado.
La Biblia nos dice exactamente lo que necesitamos: La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado 1 Juan 1:7
Este es el único remedio que surte efecto.