Anochecía. Mi esposa y yo acabábamos de caminar por el famoso puente Charles en Praga cuando un hombre se nos acercó con un fajo de dinero en la mano. «Cuarenta y dos coronas checas por un dólar» –dijo. La tasa oficial era de unas 35 coronas por un dólar estadounidense. Así que cambié $50 por 2.100 coronas checas.
Esa noche le hablé a mi hijo de mi buena fortuna. «Papá, debí habértelo dicho –dijo disculpándose–. Nunca cambies dinero en la calle.» Miramos los billetes. El de 100 coronas era auténtico, pero los dos de 1.000 coronas no valían nada. Parecían dinero checo, pero eran billetes búlgaros que ya no estaban en circulación. Me habían engañado y me habían robado.
El enemigo emplea tácticas similares (Juan 8:44). Se aprovecha del engaño del pecado usando sus «placeres temporales » (Hebreos 11:25) para ocultar el dolor que siempre viene después. El pecado puede ser atractivo, e incluso ofrecer algo que es bueno en sí mismo. Pero detrás de ello hay engaño.
Nuestra mejor defensa contra el engaño es tener un conocimiento cada vez mayor de la Palabra de Dios. Si imitamos el ejemplo del salmista nos guardaremos de ser engañados por el pecado: En mi corazón he guardado tus dichos,Para no pecar contra ti. (Salmos 119:11).