Se cuenta la historia del ya ausente y famoso escapista Harry Houdini, que nos permite vislumbrar el interior de su corazón.
A principios de su carrera, cuando aún estaba en un desconocido teatro de variedades, él y su joven esposa subsistían de una semana a otra sin reserva de alimentos o dinero. Una tarde, decidió ir al supermercado a comprar productos alimenticios. En pocos minutos ya había regresado y estaba sentado en la mesa de la cocina, llorando incontrolablemente.
Sin certeza de lo ocurrido, pero temiendo lo peor, su esposa intentó averiguarlo, y ofrecerle consuelo. Al fin, controlando sus sollozos, le contó que no lo habían lastimado ni asaltado. Explicó que en su camino al mercado, se acercó a un joven lisiado que mendigaba alimentos. Al instante, le ofreció al hombre todo lo que tenía y luego regresó al apartamento.
¿Por qué Harry lloraba, entonces? Había hecho algo noble. Tal vez estaba molesto porque al ser tan impulsivo, él y su esposa se quedaron sin nada. No, él no sentía dolor por ellos. Lloraba porque no tener más para dar.
Harry Houdini, aquel día dejó constancia de la mayor de las dávidas. Mostró compasión, y es esta la que mantiene fresco y renovado nuestro corazón.
Colosenses 3:12
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.