Hace 4 años, estando a la mar con el servicio de Guardacostas, nos topamos con oleaje de 7 metros y, bueno… para hacerles la historia corta, esa fue la tormenta que me lesionó la espalda. Me sometí a cirugía en diciembre de 2008: 2 pernos y 6 tornillos.
Estuve en el hospital por 5 días aprendiendo a caminar de nuevo; 5 pasos hacia adelante, 5 hacia atrás y luego dormir por 24 horas. Al día siguiente, 3 metros hacia adelante, 3 metros hacia atrás, luego dormir…
Finalmente, para fines de abril caminaba 8 Km . de corrido sin problemas. Sin dolor alguno y en franco recobro, estaba programado para volver a mi barco en agosto de 2009.
El cirujano me mandó a montar bicicleta para fortalecerme. Dos días después, el sábado 2 de mayo, mientras montaba mi bicicleta fui arrollado por un camión Dodge que se dio a la fuga. Primero me hallé en el suelo, luego de vuelta en el hospital teniendo que aprender a caminar de Nuevo. Fue tan doloroso—y todavía lo es—que me resultó difícil. La policía jamás ubicó al que me arrolló; mi vida como capitán del Guardacostas en el mar había llegado a su fin.
Para Julio tanto el dolor como la angustia mental sobre mi futuro eran extremos, lo que me llevó a arrodillarme pidiéndole ayuda a Dios. Poco después comencé a ver señales de parte de Dios de que me quería hablar pero yo no sabía qué hacer. Señales tan pequeñas como una placa de auto que decía “CIELOS” o un aviso del camino que leía “Camino a la Rendición ” (por el que había pasado cada día sin haberlo visto antes) y nunca se me había ocurrido rendirle mi corazón a Dios.
Al caminar por el bosque, kilómetro y medio adentro, me detuve ante la misma banca ante la cual me había detenido cientos de veces antes y vi las palabras escritas en la misma: “Jesús te ama”. Puse mi mano sobre esas palabras y pude sentir algo moverme en ese momento; Dios me estaba llamando.
Le conté a mi esposa que durante esas semanas, en más de una ocasión, Dios me estaba llamando. Ella me preguntó: “¿Para qué?” Le dije que no sabía, pero que me estaba llamando. Así que llamé al único amigo que conocía que había entregado su vida a Cristo, justo en medio de nuestros locos días de fiestas y le dije: “Dios me está llamando y no sé qué hacer”.
Me preguntó si había invitado al Señor a mi vida y sí lo había hecho. Entonces procedió a decirme que Dios estaba intentando contestar mi petición y que necesitaba acercarme a Él también. Me contó acerca del libro de John Bevere, “Acercándonos” así que leí las oraciones y el primer capítulo. Inmediatamente fui profundamente conmovido por el amor de Cristo y las lágrimas fluyeron como un río por una hora. El Espíritu Santo había descendido sobre mí. Las últimas palabras que leí después de la oración fueron: “Bienvenido a casa”.
Nuestros vecinos nos habían invitado a acompañarles a la iglesia más de una vez en 18 meses. Bueno, necesitaba ir a la iglesia esa mañana del 13 de septiembre así que fui solo. El primer culto no había finalizado todavía por lo que me detuve en el vestíbulo y la primera persona que vi fue a un hombre negro grande de nombre Coach. Se me acercó y me abrazó y dijo: “Bienvenido a casa”.
Supe que estaba en el lugar correcto y que todo esto era real, que Cristo estaba vivo y que le pertenecía a Él. No creía en Cristo hasta ese día; aunque todavía hay mucho de dolor en mi columna, es solo un ‘recorderis’ de que soy parte del plan maravilloso de Dios.
Alrededor de septiembre u octubre de 2010, año y medio después de mi accidente y salvación, un amigo mío intentaba llevarme a una reunión de varones un martes en la noche en el “Garage”. La primera vez en el Garage solo escuché y no participé mucho; quería ver si la presencia de Dios estaba allí. Aunque no la sentí de inmediato, conocí a unos cuantos varones agradables, uno de los cuales había pedido al grupo a orar por él ya que tenía una cita en la corte ese jueves; su nombre era Kevin.
Decidí volver un par de semanas después para intentarlo de nuevo; tampoco sentí Su presencia pero pregunté por Kevin. Por alguna razón se hallaba en mi corazón, pero no se hallaba allí.
Después de aquella segunda reunión, conducía hacia casa y pensaba que no volvería al Garage de nuevo ya que no sentía la presencia del Señor y sentía que no era el lugar para mí. Cuando llegué a casa me arrodillé para orar cuando Dios, tan audiblemente como si estuviese parado junto a mí y antes de que mis rodillas tocasen el suelo, me dijo: “Necesitas volver a ese grupo en dos semanas”.
“¿Qué dijiste, Señor?” Una vez más: “Tienes que volver en dos semanas”. Y antes de que pudiera cuestionarlo, me dijo. “¡Dos semanas!”
Le conté a mi líder de grupo pequeño de la iglesia y a mi esposa sobre esto Por supuesto que dijeron: “Bueno, tienes que ser obediente y volver en dos semanas”:
Durante este tiempo leía un libro titulado “ La Carnada de Satanás”. El libro trataba sobre el perdón y me lo había dado la esposa de mi vecino y pastor. A través del libro, Jesús me limpió de todas las heridas pasadas y otras cosas que tenía en mi corazón que pudieran obstaculizar nuestra relación.
Pasaron las dos semanas; el día era 28 de diciembre de 2010. Recuerdo haberle dicho a mi esposa que realmente no quería ir y me dijo: “Entonces, no vayas”. Pero algo reverberaba dentro de mí; algo que mi líder de grupo pequeño había dicho: “Dios te dijo que fueras, necesitas ir, tienes que ser obediente”.
Así que fui esperando algo, sin saber qué, ya que Dios tenía una razón para que estuviese allí esa noche en particular.
Me detuve y conversé con Kevin, quien estaba de vuelta. Otro tipo estaba en una silla de ruedas y preguntaba por qué yo tenía tanto problema estando de pie y caminando. Le conté la historia sobre mi accidente y mi venida al Señor.
Para cuando terminé mi historia, unas 6 ó 7 personas estaban escuchando. El tipo en la silla de ruedas me preguntó dónde había pasado eso y le dije la intersección y describí el camión Dodge de los 80s que me había arrollado. Le conté toda la historia; pero la terminé con mi agradecimiento por haber sido arrollado ya que Dios había usado aquello para traerme a casa, a Él… ese fue el final.
La reunión comenzó con algo de música de adoración invitando al Espíritu Santo. Durante nuestra adoración aquella noche, comencé a orar y adorar a Dios cuando Él me dijo de nuevo: “Las cosas se van a poner difíciles pero estoy aquí contigo, no te preocupes”. Me estaba alarmando un poco para entonces ya que nunca oigo de Dios, especialmente cuando es sobre mí, pero sé que Él está conmigo.
Nada pasó después de la música de adoración, aunque había venido esperando algo, y seguimos hablando sobre algunos testimonios de alabanza, peticiones específicas, ó cualquier otra cosa que estuviese en sus mentes. La reunión finalizó sin que pasara nada extraordinario.
Tras la reunión y un poco de conversación, salí para volver a casa y Kevin (el hombre que había ido a la cárcel) me detuvo afuera y dijo: “Necesito decirte algo pero no sé cómo”.
Le dije: “Solo estamos tú, yo y Dios aquí. Puedes decirme lo que quieras”. Él dijo, después de una pausa de como 10 segundos: “Yo fui quien te arrolló”.
Quedé anonadado; una pausa hubiese sido apropiada. Mil emociones pueden haber sido revueltas en una fracción de segundo pero me asenté en una. Y en una fracción de segundo después, como si no estuviese en control de mí mismo, le abracé y le dije: “Te perdono por completo” y lo hice de inmediato.
Se disculpó de corazón y me preguntó si podía hacer algo por mí y aún me ofreció dinero. Solo le dije que se acercase más a Dios. También le dije
No hay coincidencias. Un verdadero milagro si jamás he experimentado alguno. Esta es mi historia de cómo llegué al Señor, demostrándole al mundo que Dios es real y que todavía está en el negocio de los milagros.