Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. (Jeremías 33:3)
La revelación profética de Jeremías estuvo acompañada de un importante tiempo de oración, petición y súplica por su pueblo. Este hombre que se lamentaba recordaba los poderosos hechos de Dios en el pasado. Recordó la huida de Israel de Egipto, su entrada en la tierra que mana leche y miel, su victoria sobre muchos enemigos, y la gracia y misericordia de Dios hacia ellos, a pesar de sus caminos apóstatas, su pecado abominable y su escandalosa idolatría.
«Clama a mí y te responderé», fueron las palabras de aliento de Dios para este guerrero cansado: Llámame y te diré cosas grandes y poderosas, cosas que no sabes. Llámame.
Justo en medio de su oración, el Señor le dijo a su siervo que tras la destrucción de Jerusalén y la dispersión de su pueblo, debido a su pecado – había ESPERANZA, porque Él se proponía en su corazón reunir a su nación dispersa y bendecirla poderosamente. Él le dijo a Jeremías de grandes y poderosas cosas que haría por su pueblo si ellos simplemente lo invocaban.
Por ello, invoquemos al Señor, busquémoslo en oración, pidamos pero pidamos con fe, pues Él nos oye y en Su amor perfecto, querrá, si es de bien para nosotros, complacernos. Pidamos con fe y con fe y humildad digamos: «Que se haga Tu voluntad Señor.»
Mi Oración
Padre Celestial, gracias porque eres un Dios bueno y fiel cuya Palabra permanece firme por siempre y para siempre. Gracias que todas Tus promesas permanecen ‘sí’ y ‘amén’ en Cristo Jesús mi Señor. Gracias porque eres un Dios que escucha las súplicas y los clamores de tu pueblo, y gracias por las muchas y preciosas promesas que nunca fallarán, porque eres fiel y verdadero a tu Palabra. Es maravilloso saber que los hombres fieles de Dios, como Jeremías, estaban preparados para soportar las burlas, la soledad, el encarcelamiento y el rechazo, para que pudiéramos tener las Sagradas Escrituras que nos guían a toda la verdad. Y gracias porque Jesús vino a ser nuestro sustituto por el pecado y a soportar el dolor y el sufrimiento de la Cruz para que pudiéramos vivir y reinar con Él para siempre. Alabado sea Tu santo nombre. Amén.