«Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís» (Colosenses 3:22-24)
Cuando intentaba aprender inglés, la profesora nos invitaba a realizar todos los días una traducción de un texto o entrevista y memorizarlo para aumentar el vocabulario. Nos parecía una tarea tediosa y más tomando en cuenta que había que repetirla a diario. Ante nuestras quejas ella comentaba: “La repetición es la madre de todo aprendizaje”
Al reflexionar sobre ello, me di cuenta que en muchos momentos, la vida también es un proceso de repeticiones. Requerimos de actividades rutinarias que hacemos una y otra vez y que sustentan nuestro día a día y al igual que como con la clase de inglés, llegamos en ciertos momentos a saturarnos en alguna medida de realizar siempre lo mismo.
No obstante, a pesar de ser normal, que en algún momento sintamos cierto cansancio por la rutina, estamos obviando una verdad que nos ofrecen las escrituras de hoy: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís».
En otras palabras se trata de enfrentar cada obligación (sin importar cuán rutinaria, humilde o trivial sea) y pedirle a Dios que la bendiga y la utilice para sus propósitos. De este modo, cada actividad se transformará en una labor sagrada con consecuencias invisibles y eternas.
Tus manos elevadas en oración glorificarán grandemente a Dios, pero también las acciones que emprendas, siempre hechas desde el corazón y apoyado en su palabra. Si lo que hacemos es pensado como un fruto que rendiremos para El Señor, hasta las tareas que consideramos rutinarias, serán significativas y nos darán gozo.
¡Que tus acciones sean siempre reflejo del amor de Dios en Tu Corazón!
Palabra diaria: Señor, Que todo lo que lleve a cabo en mi día a día, rinda fruto al propósito que tienes para mí. Permíteme contar con Tu presencia para glorificarte y servirte desde cualquier lugar y situación en la que me encuentre, sabiendo que cada tarea realizada para Ti es una bendición.