Versículo:
El sabio de corazón es llamado prudente, Y la dulzura de labios aumenta el saber. Manantial de vida es el entendimiento al que lo posee; Mas la erudición de los necios es necedad. El corazón del sabio hace prudente su boca, Y añade gracia a sus labios. Panal de miel son los dichos suaves; Suavidad al alma y medicina para los huesos. Proverbios 16:21-24
Comentario:
Nuestras palabras nos ayudan a hacer muchas cosas buenas: Podemos usarlas para hablar con nuestro Padre celestial. Podemos proclamar la verdad de las Sagradas Escrituras y cantar alabanzas a Jesucristo. Podemos amar, alentar, aconsejar y enseñar a quienes nos rodean. La lista es muy amplia.
Sin embargo, nuestras voces también tienen el poder de hacer un gran daño. Cuando se produce un problema de este tipo, a menudo ha sido provocado por algo pequeño, tal vez una crítica hecha con enojo o un ataque causado por envidia. Las palabras duras pueden sentirse bien, incluso justificadas a veces. Pero nunca consiguen lo que Dios desea porque, al final, no dan vida. No son lo que nosotros, como seguidores de Cristo, debemos ofrecer (Mt 22.36-40).
Cristo nos enseña que “el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno… porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6.45). Por tanto, aunque de vez en cuando pueden surgir en nosotros palabras y sentimientos negativos, es importante hacer una pausa y tomar nota de ellos. Analicemos lo que realmente está causando esas palabras duras y oremos para que el Señor siga ablandando nuestro corazón y aumente nuestra capacidad de ser amables.
Oración:
Señor amado, te pido que purifiques mi corazón y mi boca para que mis palabras reflejen tu amor y tu gracia. Ayúdame a hablar con sabiduría, ternura y compasión, edificando a quienes me rodean. Cuando surjan pensamientos de enojo o crítica, dame la humildad para detenerme, examinar mi corazón y entregarte esas emociones. Que mi hablar siempre dé vida, consuelo y esperanza, mostrando tu luz en cada conversación. En el nombre de Jesús, amén.