Versículo:
Oye, pueblo mío, y te amonestaré. Israel, si me oyeres, No habrá en ti dios ajeno, Ni te inclinarás a dios extraño. Yo soy Jehová tu Dios, Que te hice subir de la tierra de Egipto; Abre tu boca, y yo la llenaré. Salmo 81:8-10
Comentario:
El Señor quiere que le prestemos atención, pero a veces ignoramos su voz y desaprovechamos sus bendiciones. Aprender a escuchar a Dios es tan importante como aprender a hablar con Él, si no más. Por lo general, nos resulta mucho más fácil decir una oración que sentarnos en silencio y esperar lo que Él tiene que decir.
Puesto que la conversación bidireccional es esencial en una relación, ser capaz de escuchar la voz del Señor es una parte vital de la vida cristiana. A veces tenemos la idea de que después de ser salvos, conocemos a Dios de manera instantánea. Pero eso no es cierto en ningún tipo de relación. Así como llegamos a conocer a otra persona al comunicarnos, también llegamos a conocer mejor a Dios al escucharlo y hablar con Él.
No solo necesitamos oídos para escuchar su voz, sino que también debemos tener discernimiento para entender lo que está diciendo. Estar fundamentados en las Sagradas Escrituras agudiza nuestro discernimiento y nos protege del engaño. ¿Ha considerado usted alguna vez que el descuidar la lectura de la Palabra de Dios es rechazarlo a Él? El Señor clama una y otra vez: “¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo!” (Sal 81.13). Él está listo y dispuesto a hablar con quienes se humillan, se toman el tiempo para escucharlo y lo obedecen.
Oración:
Señor, abre mis oídos y mi corazón para escucharte con atención y obedecer tu voz. Ayúdame a discernir lo que me dices a través de tu Palabra y tu Espíritu. Perdóname cuando me distraigo y no te busco con la dedicación que mereces. Tú eres mi Dios, quien me ha rescatado y prometes llenarme con tu amor y provisión. Enséñame a confiar plenamente en Ti y a no inclinarme a nada más. En el nombre de Jesús, amén.